De Cuba y otras hierbas

miércoles, 14 de enero de 2009

Rodolfo Walsh, la irreverente herejía de la palabra

Universidad Nacional de Mar del Plata
Secretaría de Investigación y Postgrado
Área de Postgrado





Programa de Maestría en Historia y Letras Hispánicas
Segundo Cuatrimestre 2003



















Curso de Postgrado
“Rodolfo Walsh y tres décadas en la política argentina”

Profesor Eduardo Jozami










Trabajo Final
“Rodolfo Walsh. La irreverente herejía de la palabra”
Lic. Miguel Leyva Ramos
Con tu máquina de escribir te metiste en los intestinos del pueblo, en el dolor y la humillación de la pobrería, de los azuzados. Mientras otros se dedicaban a cuchilleros o hacían romanticismo con antiguos generales fusiladores, vos - decepcionando a los críticos literarios consagrados - te metías en la actualidad: ¡oh pecado!, y todas sus mafias ... Trascendías a todas las sectas de café y de cátedra. Estabas en la calle con los perros y los piojos, los jóvenes y los ilusos, eras el Agustín Tosco de las redacciones.

Osvaldo Bayer, “Carta a Rodolfo Walsh” (Página/12, abril de 1995)

I

Aproximarse a la vida de un hombre significa acercarse a una serie de sucesos circunstanciales que le conciernen y sus respectivas derivaciones. Si el hombre en cuestión es un creador comprometido con su tiempo, este abordaje implicará la aproximación a los movimientos sociales en que participa, a su nivel de compromiso con los mismos y a su obra, así como a las diferentes interrelaciones que se establecen desde su propio accionar. Tal abordaje pretende dar respuesta a las posibles interrogantes que se deriven de la referida exploración, reto que, en el caso particular de Rodolfo Walsh, contendría su relación con la literatura y el periodismo, que simbolizan el trasiego hacia una zona donde el autor pretende la consagración de lo vital, lo razonable, lo corpóreo, dentro del campo de los posibles. Un catalizador fantástico de la realidad, una sempiterna pregunta apuntando a lo cotidiano - amplio, plurivalente y como cualquier organismo vivo - pletórico de movimiento y regeneración. Una irreverente acusación que intenta a través de signos, una y otra vez, colocar las cosas donde corresponden.
No es objeto de estudio de este trabajo profundizar en el género donde se inserta la labor intelectual de Rodolfo Walsh, tampoco se pretende efectuar una valoración crítica, mucho menos abarcar la intensidad de su obra. Tal como el título refiere, me detendré en su historia, en el gesto desafiante con que levanta su acusadora voz en medio de tanto silencio, y en las intenciones heréticas de las palabras con que intenta subvertir el orden injusto de la sociedad que le toca vivir.
Es en estos aspectos donde la dimensión de Walsh se instaura; eterno desafío a la memoria rota que pretende remendar con palabras. No es fortuito entonces, que ocho años antes de que Truman Capote publicara A sangre fría (1965) y luego de varios años de labor periodística, el autor publicara en Buenos Aires Operación Masacre (1957), su obra trascendental, resultado de una elección que signaría y atravesaría su vida y su obra. Años después vendrían las producciones de narradores norteamericanos como Mailer, Wolfe y el propio Capote, y la vinculación de éstos al género “novela no-ficción” o nuevo periodismo. Lejos estaba el escritor argentino, en el momento de esta elección, de sus invalorables aportes. Su oficio de escritor estaba puesto al servicio de la verdad y la realidad que le constituye.
Ana María Amar Sánchez la define como una escritura reparadora (1992), que busca restablecer un orden y evitar el olvido. Estos escritos legítimos se originan como una suerte de discursos de resistencia fuertemente inscriptos en el espacio de lo social, literatura comprometida instada por Jean Paul Sartre, que pone en evidencia el sistema perverso de violación sistemática de los derechos humanos en la República Argentina.
Bourdieu asevera que frente a “los recursos inscriptos en el espacio de los posibles [...] que están a disposición de cada uno de los escritores como mundo infinito de combinaciones posibles contenidas en estado potencial en un sistema infinito de imposiciones” (Bordieu, 135), las elecciones se debaten entre la ortodoxia y la herejía, entre permanecer sometidas al orden vigente o ponerlo en conmoción. Walsh elige lo textual como gesto desafiante e instala la herejía de la palabra como centro del hombre comprometido que es.
La relación literatura - hombre se convierte entonces, en un signo liberador que simboliza una doble propensión hacia la independencia y el compromiso, una segunda memoria que se compagina con las nuevas significaciones. Roland Barthes ha señalado, con respecto a la escritura, que ella posee “ese compromiso entre una libertad y un recuerdo” (1973, 24) y agrega: “El lenguaje encrático (el que se produce y se extiende bajo la protección del poder) es estatutariamente un lenguaje de repetición; todas las instituciones oficiales de lenguajes oficiales son máquinas repetidoras: las escuelas, el deporte, la publicidad, la obra masiva, (...), la información, repiten siempre la misma estructura, el mismo sentido, a menudo las mismas palabras: el estereotipo es un hecho político, la figura mayor de la ideología...” (1974, 67).
Walsh se distancia del poder y su palabra encrática, elige otros signos, el idioma de los silenciados, ese que Julio Cortázar define como “El lenguaje... que abre ventanas en la realidad; una permanente apertura de huecos en la pared del hombre, que nos separa de nosotros mismos y de los demás” (González Bermejo, 85). La palabra muestra, en esta bifurcación discursiva, las dos caras excluyentes de la misma moneda.
La visión de Guadalupe Sánchez Robles nos acerca un poco más a la descripción (si es que esto es posible) de la obra walshiana, cuando expresa (refiriéndose a los textos literarios en general) que al encumbrar la noción de individuo, los textos literarios revalorizan la calidad corpórea, la proliferación y agudización de los sentidos. Cuerpo y literatura forman una imagen en movimiento fijada por el deseo y la necesidad mutua. Dos realidades disímiles se confrontan y complementan para dar cabida a una realidad emergente que se nutre en los límites de lo real y lo imaginario. Se confrontan y se complementan, porque se trascienden y enriquecen mutuamente. El cuerpo como una realidad finita, condenada a la desaparición y al peso temporal de un presente constante, encuentra el paso hacia la intemporalidad que la literatura ofrece; hacia el encuentro de posibles e imposibles que en ella habitan.
Los textos herejes de Walsh son motivos potenciales de subversión de los objetivos establecidos por las diversas instancias de poder que operan en una sociedad. La censura y el aislamiento son los instrumentos del juego siniestro con el que el poder niega su otredad. En esa negación están explícitas las diferencias que separan el discurso literario heterodoxo del poder. Desde esa heterodoxia instala Walsh su discurso literario tan necesario como real. Su literatura irreverente y testimonial es antagonista de la muerte porque no pretende ser carne ni temporalidad, y, simultáneamente apresa y modela, estableciendo fronteras y disolviéndolas en el mínimo espacio de la frase. Universo de bizarrías y concordancia de los opuestos. Y en medio de este estallido, el hombre reafirmando y comprometiendo su condición al emprender un viaje siempre iniciático hacia sí mismo, que es como viajar constantemente hacia el nosotros.
Cuando Paco Urondo plantea que “La verdad es la única realidad” refiere al problema central de toda literatura testimonial o periodística: la representación, textos que de alguna manera se constituyen en aquello que Raymond Williams describe bajo el concepto de “formación residual”, desde el momento en que esta literatura resignifica el compromiso de lectura cabal que apunta a la determinación de la verdad en torno de los hechos descritos. Tal como lo señala Ángel Rama, esta escritura se constituye en una respuesta desde la literatura contra el sistema (1983). Por su parte, Jorge Timossi sostiene en Palabras sin fronteras que el testimonio - recuperado por este tipo de literatura periodística - se constituye para América Latina en una necesidad, y que desde este punto de vista se trata de “Redescubrir nuestra propia historia, ir armándola otra vez, como ella se merece, como ella es, no como nos la impusieron o como nos la quieren imponer, poder mirar y mirarnos, ver y vernos, cada vez con mayor profundidad e independencia, [...] poder ir arrinconando estulticias y fraudes, crímenes y desgastes, supuestas libertades neoliberales y miedos que se nos atribuyen como congénitos...” ( 33).[1]

En “Rodolfo Walsh por Rodólf Fowólsh”, breve relato autobiográfico incluido en “Ese hombre”, el autor rememora: “Mi vocación se despertó tempranamente: a los ocho años decidí ser aviador. Por una de esas confusiones, el que la cumplió fue mi hermano. Supongo que a partir de ahí me quedé sin vocación y tuve muchos oficios. El más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antigüedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba” (1996).
Diversos oficios le fueron fraguando como hombre y fueron tantos que es difícil abordar su compleja versatilidad sin tener en cuenta al periodista, al criptógrafo, al cuentista, al militante, al escritor de cartas, al novelista, al traductor, al corrector de pruebas, al clandestino, al dramaturgo. Siempre alerta, conciente siempre en cada uno de ellos (parafraseando a Martí) de que “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras” (1976, 15), decide usar la palabra como bastión inexpugnable y la hace estallar en el rostro de quienes quieran escucharla.
II
Rodolfo Walsh nació en Choele-Choel. Su familia descendiente de irlandeses supo prontamente de las miserias de la vida y cuando la situación económica se hizo insostenible, no hubo más remedio que repartir a sus hijos. A Rodolfo le tocó ir a un colegio irlandés para huérfanos y pobres, en Capilla del Señor. Allí permaneció tres años como pupilo y producto de esta experiencia surgirían, muchos años después, los relatos "Irlandeses detrás de un gato", "Los oficios terrestres" y "Un oscuro día de justicia".
En 1944, Rodolfo Walsh trabaja en la Editorial Hachette de Buenos Aires como corrector de pruebas y traductor de cuentos policiales. Allí comienza su fascinación por el género y en 1953 publica "Diez cuentos policiales argentinos", una antología pionera en su tipo y "Variaciones en rojo" (Premio Municipal de Literatura de ese año), que reúne tres cuentos que no sólo son piezas fundamentales de la literatura policial sino que anticiparán lo que será su gran obsesión: la investigación criminal.
Un año después milita en la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), participando con entusiasmo en la marcha del 17 de octubre de 1945 a Plaza de Mayo. En esta agrupación entra en contacto con otros jóvenes a quienes el destino les reservaba otro rumbo en la política, el periodismo y la literatura: Jorge Ricardo Massetti, Rogelio García Lupo y Dalmiro Sáenz. Al respecto declarará Walsh en el semanario Primera Plana en junio de 1972: “Tomé, en la opción popular, la variante relativamente más reaccionaria. La Alianza Libertadora Nacionalista encerraba elementos muy contradictorios. Había camaradas -así nos llamábamos- con fuertes problemas antisemitas, por ejemplo; pero éramos auténticos en nuestro antimperialismo”.
En 1950 se casa con Elina Tejerina, madre de sus dos únicas hijas: María Victoria “Vicky” (muerta en combate con las Fuerzas Armadas en 1976) y Patricia, actual dirigente política. Hasta el 56’, la vida de Walsh podría resumirse entre un pasar relajado en la ciudad de La Plata, su afición por el ajedrez, la literatura y la vida familiar, sumándole a esto sus publicaciones en medios como Leoplán, Vea y Lea, y más adelante en Panorama, Primera Plana y en el diario Noticias.
Pero el año 56’ marca un punto de inflexión en su vida. En el mes de junio recibe la noticia de los fusilamientos clandestinos en un basural de José León Suárez, en el marco de una insurrección comandada por el General Valle, adepto al peronismo, contra el gobierno de facto de Aramburu. Al enterarse posteriormente de que había sobrevivientes, la obsesión vuelve con toda su fuerza y comienza a seguir las pistas que desentrañen esa historia inexplicable, teniendo, para ello, que cambiar su identidad y recluirse en una isla del Tigre. El producto de esas investigaciones fue Operación Masacre.

III

Operación Masacre es un clásico por varias razones, porque pasado un tiempo sigue manteniendo vigencia en su forma y contenido, porque sintetiza una época y, además, resulta modelo y referencia. No es casual que el libro se convirtiera en el más importante del autor y en un hito fundamental en la historia del periodismo y la literatura argentina. Como expresara Walsh en el Epílogo a la segunda edición (1964), el contacto con esta historia y la pesquisa que le siguió, cambió rotundamente su vida: “Hacía diez años que estaba en el periodismo. De golpe me pareció comprender que todo lo que había hecho antes no tenía nada que ver con una cierta idea del periodismo que me había ido forjando en todo ese tiempo, y que esto sí - esa búsqueda a todo riesgo, ese testimonio de lo más escondido y doloroso -, tenía que ver, encajaba en esa idea”.
El texto marca una época pues inicia el periodismo de investigación en nuestro país, con un método, una hipótesis y sus conclusiones. Su estructura señala un modelo que será imitado, y que cobrará vigencia tres décadas más tarde, no siendo superado hasta el momento.[2]
Walsh relata los hechos y en su texto desnuda el fusilamiento clandestino en un basural de personas inocentes, que tenían poco o nada que ver con el alzamiento. Su fuerte contenido de denuncia fue crucial en la evolución política del autor, y su descripción, premonitoria de los sucesos ocurridos con posterioridad en la década del ’70: la violación a los derechos humanos por parte de los militares, una constante a lo largo del siglo XX. El tema que elabora Walsh sintetiza un siglo de política autoritaria en Argentina, y delinea el perfil del quehacer de las Fuerzas Armadas. Se hace evidente que con la impunidad con que obraron los encargados de brindar protección y seguridad aquella noche, actuaron muchos policías y militares a lo largo del siglo, y lo siguen y seguirán haciendo.[3]
La investigación fue el paso fundacional de una novedosa forma de acción política, abarcando la denuncia, el testimonio, el análisis político, la historia y el relato literario.
El 18 de diciembre, seis meses después de la rebelión, mientras estaba en un bar de La Plata jugando al ajedrez, alguien lo sorprendió con una frase misteriosa que cambiaría su vida para siempre: “Hay un fusilado que vive”. Juan Carlos Livraga era ese hombre. Walsh lo conoció y entrevistó días más tarde. Largo camino tuvo que transitar este trabajo periodístico, minucioso trabajo de búsqueda y pesquisa - realizado junto a Enriqueta Muñiz - que le trajo consecuencias no esperadas para la tranquila vida del escritor de cuentos policiales y de periodismo cultural. A los pocos días de iniciada la investigación, el escritor dejó su trabajo, abandonó su casa de La Plata y debió pasar a la clandestinidad. Dejó de ser Rodolfo Walsh para ser Francisco Freyre. Llevaba encima una pistola de manera permanente.
Finalmente la primera edición del libro, a fines del año 57, tuvo como título Operación Masacre, un proceso que no ha sido clausurado, siendo el artífice de la publicación el nacionalista Marcelo Sánchez Sorondo. No le interesó la ideología de su mecenas, en el prólogo de la primera edición sostendrá: “Escribí este libro para que fuese publicado, para que actuara, no para que se incorporase al vasto número de las ensoñaciones de ideólogos..., en este momento no reconozco ni acepto jerarquía más alta que la del coraje civil. ¿O pretenderán que silencie estas cosas por ridículos prejuicios partidistas? Mientras los ideólogos sueñan, gente más práctica tortura y mata”. (1957).
La investigación, a pesar de la edición del libro, no paró. Rescribió la obra y agregó nuevos datos en la segunda edición, publicada en el año ‘64, cuando había vuelto de Cuba y vivía recluido en una casa del Delta, en el Tigre. Podemos definir a Operación Masacre como un libro que molesta, que en definitiva es como entendía Walsh el periodismo; dando nacimiento a un género distinto, un híbrido fundacional entre lo policial y lo literario.
Más allá de los vaivenes políticos que vivió ideológicamente, Walsh siempre mantuvo lo que dijo en la Introducción: “Esta obra persigue un objetivo social: el aniquilamiento a corto o largo plazo de los asesinos impunes, de los torturadores, de los ‘técnicos’ de la picana que permanecen a pesar de los cambios de gobierno, del hampa armada y uniformada”. (Walsh, 1957).
Consciente de la irrupción de los medios de comunicación a lo largo del siglo XX en el arte, y especialmente en la literatura, aprovecha la ruptura de esta frontera generando, sin proponérselo, la aparición de un género distinto. El mismo Walsh teorizaba sobre esto en 1970, en un reportaje que le realizó Ricardo Piglia, sosteniendo: “Es probable que un nuevo tipo de sociedad y nuevas formas de producción exijan un nuevo tipo de arte, más documental, la denuncia traducida al arte de la novela se vuelve inofensiva, no molesta para nada, es decir, se sacraliza como arte. En un futuro es posible que lo que realmente se aprecie en cuanto a arte sea la elaboración del testimonio o el documento, evidentemente en el montaje, la compaginación, la selección, en el trabajo de investigación se abren inmensas posibilidades artísticas”. (Piglia, 1970).
Amar Sánchez señala: “Se hace necesario, entonces, replantear el lugar, en el contexto de la literatura argentina, que corresponde a la producción de Rodolfo Walsh, en la medida en que textos como éstos asumen un compromiso de reflexión en torno a lo real tanto como sobre la práctica significante llamada literatura, cuyos límites no tienen por qué ser precisos o fijados de antemano. Plantean nuevos espacios para el ejercicio de esa práctica, nuevos interrogantes, polemizan y abren una implícita propuesta, cuya acción se ejerce, como se ha visto, en diferentes niveles: en primer término, aportan nuevas vías a la narrativa (iniciando una forma que reemplace al relato de ficción tradicional y establezca otro tipo de relación entre el arte y la política). Este proyecto, en segundo lugar, rechaza la condición inofensiva de la literatura y revierte en un intento de cambio de los modos de recepción, para evitar que el lector resulte un pasivo consumidor de ‘denuncias sociales’; por último, impulsa la reflexión en torno a problemas teóricos, obligando a revisar categorías que se complejizan, no solo por su presencia en los textos de no ficción, sino por la continuidad que se establece entre ellos y el resto de su producción”.[4]
En el prólogo de la Tercera edición de Operación Masacre Walsh replantea los propósitos del mismo, al expresar: “Escribí este libro para que fuese publicado, para que actuara... Investigué y relaté estos hechos tremendos para darlos a conocer en una forma más amplia para que inspiren espanto, para que no puedan jamás volver a repetirse”. (1972)
Posterior a la publicación de su primer libro, Walsh escribía artículos bajo el seudónimo de Daniel Hernández para las revistas Leoplán y Vea y Lea, que le permitían subsistir. En el aspecto político pasó del desencanto de la Revolución Libertadora al desengaño con el gobierno de Frondizi, que no hizo ningún intento para que se hiciera justicia con los familiares, esposas e hijos de los fusilados. Por el contrario, ascendió a Coronel al teniente coronel Fernández Suárez. La desilusión de Walsh se profundizó con la investigación de la muerte del abogado Marcos Satanowsky, un crimen en el que estaba vinculado el flamante Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE). Desde ese momento se convence de que cuantos se acercan al poder se corrompen, y lo atribuye a las fallas de un sistema que hace agua y que el autor cuestiona intensamente hasta el momento de su muerte. Desde junio del ‘58 escribió para Mayoría una serie de treinta dos artículos, donde investigó la muerte del abogado y la posible participación de organismos estatales en el hecho. La investigación que hizo Walsh, basada en testimonios propios y en la actuación de la justicia y el Congreso, lentamente lo condujeron a un posible móvil, a un probable instigador y a supuestos autores materiales. El relato plantea el poder de los medios, el sometimiento al que el gobierno radical de Frondizi se vio sometido por las Fuerzas Armadas, el rol de uno de los generales de la Nación, la complacencia de jueces y las evasivas de los legisladores. La compilación de esas notas, en el ‘73, darán forma al libro Caso Satanowsky, completando, con Operación Masacre y el caso del sindicalista Rosendo García, su trilogía de investigación.
IV
Otro hito en la historia de esta región y en la vida de Walsh - como para muchos de su generación - fue el triunfo de la Revolución Cubana el 1º de enero del ‘59, cuando el Ejército Rebelde toma el control del país bajo la dirección de Fidel Castro, instituyendo un nuevo proceso social con una profunda vocación independentista y antimperialista. Una luz de esperanza y cambio aparece en horizonte político latinoamericano. Una vez más el autor decide poner su palabra al servicio de la esperanza, se decide por el gesto hereje que le condena y le estigmatiza. Necesita reinstalar la verdad en el centro de todo, sin importarle cuáles son las consecuencias de su elección y paga muy caro esta irreverencia.
Durante este período una figura acapara la escena mundial: la imagen del mítico guerrillero toma cuerpo en Ernesto ‘Che’ Guevara. Rodolfo Walsh, su compatriota, viaja a mediados de año para presenciar el nacimiento de un nuevo sistema, convocado por Jorge Ricardo Masetti para participar en la organización de un proyecto de gran envergadura, la creación de la agencia de noticias Prensa Latina.[5]
El trabajo de Walsh pasaba por el doble oficio de cronista y espía. En el primer oficio terrestre se desempeñó como Jefe de Servicios Especiales, donde se publicaron notas acerca de la revolución en la isla. En el segundo oficio terrestre desempeña varias funciones, entre las que se destacó el papel de criptógrafo, descifrando los mensajes enviados por la CIA desde Guatemala a Estados Unidos.
Por esta época hay tres artículos en la obra periodística de Walsh que se emparentan con Cuba y que, además, marcan un rescate de la oscuridad de la muerte, y un homenaje del escritor a tres argentinos que admiró: Jean Pasel (quien según propias palabras “como periodista, su deber era estar donde estaba la noticia. Y estuvo”), Ernesto Guevara (de quien expresó “nos cuesta a muchos eludir la vergüenza, no de estar vivos... sino de que Guevara haya muertocon tan pocos alrededor”). y Jorge Masetti (su compañero y amigo asesinado a los 35 años). No se trata de la santificación de tres personajes sino del señalamiento de tres senderos que marcaron una huella y que no basta con aplaudirlos, sino que exige seguirlos.
De los días en Cuba tiene magníficos recuerdos que intenta plasmar en el ‘62 en la descripción de “La isla”, de la cual utilizará fragmentos para el relato “Adiós a La Habana”. Se descubre en los textos un trabajo estilístico intenso, donde escribe en primera persona dejando traslucir un intimismo y una temática no tratada por Walsh en otros textos, como por ejemplo el amor, el sexo y la melancolía. Ha dejado diversos manuscritos y se puede ver en ellos su riqueza estética, el manejo del lenguaje, de las metáforas, aunque sabemos que él elige finalmente un idioma simple, austero y hasta parco para sus textos finales. Hay párrafos de esta época, inspirados en el recuerdo de Cuba, que se relacionan con el existencialismo y pueden tomarse como una declaración de principios. Resumiendo: la experiencia cubana significó para Walsh, entre otras muchas cosas, la ratificación del discurso heterodoxo como perfil de trabajo, el sentido político que a su criterio debía conducir la labor periodística y, una mezcla de aire libre y angustia.
V
La vuelta al país, a principios de los ’60, no fue fácil. No había trabajo para quien estuvo involucrado con la Revolución Cubana. Walsh se recluyó en El Tigre y allí cultivó con delicadeza “el violento oficio de escribir”. Fue un tiempo fructífero, con una producción narrativa que nos muestra que tenía mucho para decir, más allá de las denuncias del ‘57, o su compromiso con los sucesos de la Isla.En relación con su regreso al país, Poupée Blanchard, quien fue mujer de Walsh, sostiene: “Cuando Rodolfo volvió de Cuba, traía una preocupación por su experiencia en Prensa Latina. Con Jorge Masetti se le había planteado el conflicto entre su trabajo profesional y el sentido político que debía tener la prensa en una Revolución. Rodolfo era de un país burgués, nadie le había enseñado a sacrificar cosas en homenaje de una Revolución porque, además, era muy celoso de su trabajo profesional, y entonces él regresó a la Argentina con ese tema. No tuvo trabajo de periodista... por lo cual trabajó conmigo, en mi negocio de antigüedades" (Wolf).
Al tiempo se relaciona sentimentalmente con Susana “Pirí” Lugones, quien tendrá un peso esencial en su trabajo literario. Noé Jitrik destaca en un reportaje para la biografía de “Pirí”, cómo por esa época recupera la ilusión literaria que había dejado un poco en favor de trabajos testimoniales. Horacio Verbitsky coincide y manifiesta en la misma obra: “ ‘Pirí’ fue fundamental para que Walsh desarrollara su veta literaria en los años ‘60, y él fue fundamental para que ella desarrollara su veta política”.[6]
A mediados de los '60 publica dos volúmenes de cuentos Los oficios terrestres (1965) y Un kilo de oro (1967), además de dos obras teatrales: “La granada” y “La batalla”, ambas editadas en el '67. Su vigencia crece y su prestigio se consolida como autor, aunque no entraba en la moda del auge literario latinoamericano ni en el esquema del realismo mágico, tan en boga en esa década.
Pretender enmarcar su literatura es una ilusión; su escritura es inasible, no se puede encuadrar en un género específico ni describir un solo estilo; buscaba de manera permanente y hablaba de obra en marcha, aceptándose como hombre en camino, en evolución, en cambio y en crecimiento permanente e incesante. Una vez más elige el gesto desafiante para realizar su obra, con una producción literaria propia que no adhiere a las corrientes de la época.
En 1968 Walsh entra en contacto a través de Perón con Ongaro, líder de la nueva central obrera, y les sugiere que trabajen juntos. Ya en Buenos Aires, Ongaro convoca al periodista para crear un medio de comunicación e información para los trabajadores. Es así como nace el semanario CGT, lo que implica el ingreso de Walsh a las filas del peronismo más combativo, el que rescata el espíritu de la Resistencia: “El contacto con la clase trabajadora es una vivencia que a uno lo transfigura...” (1973).
Fiel a su costumbre de entregar una serie de artículos sobre el mismo tema, Walsh se abocó a la investigación de la violencia policial y el gangsterismo sindical, dando a conocer su investigación sobre la muerte del dirigente sindical Rosendo García, ocurrida en mayo del ‘66. La síntesis de la investigación se hizo pública a través de un libro, donde, además, se desnuda la complicidad de la policía con los jueces, el sindicato manejado por Vandor, los grandes medios y el régimen que entonces imperaba.
El objetivo de este libro se cumpli. No lo leyeron todos los trabajadores, pero el mismo Walsh sostuvo: “basta con que llegue a las cabezas del movimiento obrero, a los dirigentes, a los que tienen responsabilidad de conducción, a los militantes más esclarecidos. Ellos son los vehículos de las ideas contenidas en el libro”.[7] Walsh, en ese momento, ya estaba lanzado a una actividad política intensa, donde su compromiso con los movimientos revolucionarios de liberación se transformó en algo más que en palabras. Se integró a movimientos como el Peronismo de Base y las Fuerzas Armadas Peronistas. Cambia su vida, hasta finalmente desembocar en Montoneros. Al quedar trunco el proyecto CGT e incorporarse a una militancia plena declaró: “Antes, en el ‘56, viví desde afuera la encarnizada persecución al peronismo. Ahora la vivía desde adentro, compartiendo las luchas y las persecuciones, las torturas de cientos de compañeros, la clausura del periódico. A mí me convencieron los hechos”. [8]
El enmascaramiento, el juego y la distracción de “lo cultural” lo fastidiaron siempre, pero a fines de la década del ‘60 lo sufrió internamente. Ya en el ‘64 quiso volver a “contaminarse” con el contacto con la gente y reescribió Operación Masacre.
En 1966 vuelve al periodismo; en sus artículos se mezclan lo periodístico con lo literario, pero lo estético ocupa un lugar preponderante. Con mucho de antropología cultural y sociología, lo pintoresco y lo folklórico es dejado de lado para rescatar la esencia, el alma del paisaje geográfico y humano. En medio de esa gran pintura está el éxodo permanente, en busca de otros horizontes, donde nuevamente el hombre de la tierra será un desterrado.
Walsh fue siempre un militante comprometido con su tiempo. Con coherencia, vacilaciones y certezas participa activamente, desde donde le es posible, en los procesos sociales, poniendo su vida en función y riesgo de aquello que considera prioritario. Pero no es su caso, el de un simple mito revolucionario, se trata más bien de la responsabilidad de un hombre con la justicia social, el mejoramiento humano, la equidad, el diseño y la construcción de un nuevo orden social, en el que se compromete y actúa con la dádiva de su palabra. Órgano firme, perenne que le sostiene, alienta y mata. La palabra eternizándole, llenándole de un contenido y una visión ecuménica. La palabra viva, impresa, sobreviviente, narrando y viviendo la masacre.
El diario Noticias, donde compartió, entre otros, con Bonasso, Verbitsky y el historietista Oesterheld, fue la antesala de su último emprendimiento, la Agencia de Noticias Clandestinas (ANCLA), un intento de contrainformación a la censura y a la complacencia que muchos intelectuales y dirigentes políticos tuvieron frente al golpe militar de 1976. Estaba integrada, además, por Lila Pastoriza, Lucila Pagliai, Eduardo Suárez y Carlos Aznárez, entre otros, e intentó romper el silencio impuesto a los medios de prensa enviando periódicamente cartas a las redacciones de los diarios.
No es Walsh el libre pensador rebelde e individualista, “periodista liberal sin mácula ni otro compromiso con la objetividad que sirve para fundamentar miradas sesgadas. El sentido de la obra de Rodolfo Walsh post Operación Masacre tiene un sentido de compromiso político y ejercicio honesto del periodismo... Por eso fue asesinado. Por eso debe ser recordado.” (Seminara).
Este fragmento de la Carta de Rodolfo Walsh a Roberto Fernández Retamar del 27 abril de 1972 es una muestra fehaciente de su perenne compromiso con la realidad de su país cuando denuncia: “De la otra vereda, la tortura así como el secuestro y asesinato de militantes, se han consagrado en costumbre semanal o cotidiana. [...] Uno se acostumbra a tener la casa limpia, a no llevar un diario íntimo ni una libreta de direcciones, a quemar las cartas de La Habana ­qué se le va a hacer­, a mirar siempre los dos lados de la calle y presumir que cualquier teléfono está ‘pinchado’, a no salir de noche, a que haya alguien que nos llame periódicamente para ver si seguimos existiendo.[...] Este cambio doloroso es, sin embargo, extraordinario. Para algunos, la vida está ahora llena de sentido, aunque la literatura no pueda existir. El silencio de los intelectuales, el desplome del boom literario, el fin de los salones, es el más formidable testimonio de que aun aquellos que no se animan a participar de la revolución popular en marcha ­lenta marcha­, no pueden ya ser cómplices de la cultura opresora, ni aceptar sin culpa el privilegio, ni desentenderse del sufrimiento y las luchas del pueblo, que como siempre está revelando ser el principal protagonista de toda historia. [...].” (Fernández Retamar, 1993).
Así de contundente es la Carta abierta que escribe Rodolfo Walsh a la Junta Militar al cumplirse un año del fatídico Golpe de Estado que la instalara en le poder contra la voluntad popular en este fragmento describe con rasgos precisos: “... La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años. [...] Ilegítimo en su origen, el gobierno que ustedes ejercen pudo legitimarse en los hechos recuperando el programa en que coincidieron en las elecciones de 1973 el ochenta por ciento de los argentinos y que sigue en pie como expresión objetiva de la voluntad del pueblo, único significado posible de ese "ser nacional" que ustedes invocan tan a menudo [...] Invirtiendo ese camino han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina [...] Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror.” (Walsh, 1995).
En correspondencia con su compromiso como periodista y escritor revolucionario, pero sobre todas las cosas como ciudadano, culmina la carta, de esta manera: “Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.” (1995).
En el prólogo de la tercera edición de Operación Masacre del año 1972, Walsh describe la vida – su vida – en la clandestinidad: “...Ahora, durante casi un año no pensaré en otra cosa, abandonaré mi casa y mi trabajo, me llamaré Francisco Freyre, tendré una cédula falsa con ese nombre, un amigo me prestará una casa en el Tigre, durante dos meses viviré en un helado rancho de Merlo, llevaré conmigo un revolver y a cada momento las figuras del drama volverán obsesivamente...”.
VI
La evolución del pensamiento político de Rodolfo Walsh acompañó su trabajo periodístico y literario. Frente a las coyunturas políticas de su tiempo, como militante peronista y analista de la información, se planteó métodos de lucha en el terreno de la comunicación. Su participación en el Semanario CGT y en Prensa Latina fue la base para proyectar un novedoso mecanismo de la información en cadena, dentro de condiciones extraordinarias.
Consciente que todo esfuerzo es poco para poder trasmitir la grave verdad de los acontecimientos, con posterioridad a la creación de la ANCLA, en diciembre de 1976 organizó Cadena Informativa, con partes más cortos y concisos, con un estilo austero pero preciso en la denuncia. A su muerte, sus colaboradores continuaron la labor hasta agosto del ‘77.
Los días de Walsh, en tiempos del Proceso, son de ocultamiento, planificación, contraataque y resistencia. En el ‘74 muchos pensaron que el golpe iba a ser un motivador para que la gente reaccionara, produciéndose el desprestigio de las Fuerzas Armadas y la posibilidad de tomar el poder ante un enemigo debilitado pero tales suposiciones fallaron. Al respecto, el escritor, recordaba a Paco Urondo en una carta del 29 de diciembre del ‘76, que “se admitía la posibilidad del golpe pero también se trabajaba como si no fuera a ocurrir. Incluso se lo contemplaba con cierto optimismo, como si su víctima principal fuera la burocracia en el gobierno y no nosotros. No hicimos ningún programa contra el golpe”.
Hacia 1975 eran varios los sectores de Montoneros que polemizaban con la conducción desde diferentes propuestas y perspectivas, en torno del funcionamiento organizativo y del rol peronista tras el golpe. En el caso de Walsh, la crítica se dirigía principalmente hacia la línea triunfalista y militarista de Montoneros, y como contrapartida planteaba un necesario repliegue hacia el peronismo, en vez de dilapidar “esfuerzos en crear un inexistente Movimiento Montonero. [...] Suponer que las masas se replieguen al montonerismo es negar la esencia misma del repliegue, que consiste en desplazarse de posiciones más expuestas hacia posiciones menos expuestas” (1994).
Los documentos reservados elevados a la conducción de Montoneros nos muestran a un Walsh que no se mueve con esquemas rígidamente ideológicos, sino que la realidad le va marcando las acciones a implementar. Su lucidez y su objetividad en torno a la situación en que se encontraba el grupo guerrillero a fines del ’76, hacían prever el extermino de miles de militantes. Walsh sostenía que se debía reconocer la derrota, replegarse al peronismo e implementar una acción de resistencia.

Epílogo
Me pregunto qué sería
De la belleza de rodolfo ahora
Esa belleza en vuelo lento
Que le iba encendiendo ojos

Juan Gelman

En 1977 Rodolfo Walsh vivía con Lilia Ferreyra, la mujer que estuvo con él durante los últimos diez años. Sentía un sabor amargo ante la conducta de los miembros de la conducción, pero el sentimiento de desesperación surgía cuando comprendía que muchos de aquellos jóvenes no sobrevivirían. Aunque no hay una ruptura formal con Montoneros, su fidelidad y lealtad fue con la militancia, no con la conducción. Ya alejado de la cúpula de los montoneros, volvió a la literatura. Había decidido abandonar la clandestinidad y el anonimato, pero no la lucha. Una reconstrucción realizada por Verbitsky (Walsh, 1995, 414) señala que salió de su casa el 25 a la mañana. Junto a Lilia se dirigió a la estación de tren para ir hasta Constitución, donde se separaron. El escritor se dirigió a la zona de Congreso; varios hombres le interceptaron el paso. Un “grupo de tareas”, perteneciente a la ESMA lo esperaba. El objetivo era capturarlo vivo para obtener la mayor cantidad de información. Walsh había advertido el peligro. En ese mismo instante, otro grupo se estaba encargando de “reventar” su casa en San Vicente. Corrió por la calle para no ser atrapado. Una ráfaga de metralla fue a dar contra su cuerpo. Llegó a la ESMA sin vida. Tenía 50 años. Su cuerpo jamás fue encontrado. Con su caída, se perdía no solo a un intelectual de valía y a un periodista irreverente, verdadero innovador en su profesión. Se perdía, por sobre todas las cosas, a un revolucionario en el sentido estricto de la palabra.
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[1] En el caso de Latinoamérica, en general, pueden rastrearse múltiples producciones en torno de estas constantes que Timossi describe como horizontes en la búsqueda por la verdad, a través del trabajo testimonial, la denuncia, la contramemoria y el diseño de un recorrido a contrapelo respecto del establecido por el discurso de la historia oficial. Así podemos referirnos, por ejemplo, a Elena Poniatowska con Fuerte es el silencio, La noche de Tlatelolco o Nada, nadie; a Alejandro Witker con Prisión en Chile; o a Víctor Casaus y Girón en la memoria; entre otros.
[2] A pesar de haberse publicado numerosos volúmenes de investigación periodística, pasados cuarenta años de su primera edición, ninguno ha opacado ‘Operación Masacre’. El texto superó el tiempo y las fronteras, siendo leído y reconocido por periodistas-escritores de la talla de Gabriel García Márquez, Tomás Eloy Martínez o Arturo Pérez Reverte
[3] Desde la semana trágica del ‘19, pasando por los fusilamientos en la Patagonia en el ‘20, junto con los atropellos de la década infame, sin dejar de mencionar los 60 años de golpes de estado y la noche trágica iniciada en el ‘76. La etapa democrática, iniciada en el ‘83, también está signada con el estigma de la violencia institucional, con crímenes como el del soldado Carrasco, los atentados a la embajada de Israel y la AMIA, el asesinato de José Luis Cabezas y la masacre de Ramallo; hechos donde estuvieron involucrados miembros de algunas fuerzas armada o de seguridad. La estructura educativa aún no fue modificada. El teniente coronel Varela, el capitán Astiz, el Coronel Camps o el comisario Ribelli en poco se diferencian con el jefe de la policía Bonaerense, teniente coronel Desiderio Fernández Suárez, protagonista del texto walshiano.


[4] Amar Sánchez, Ana María La propuesta de una escritura (En homenaje a Rodolfo Walsh) en Baschetti,, Roberto, compilador. op.cit

[5] Entre sus fundadores contó, además de Walsh y Masetti, con Gabriel García Márquez, Plinio Mendoza, Mario Gil, Díaz Rangel, Teddy Córdova, Aroldo Wall, Juan Carlos Onetti, entre otros destacados escritores y periodistas. Entre los argentinos que participaron en el proyecto estaban Rogelio García Lupo, Francisco ‘Paco’ Urondo, Susana ‘Pirí’ Lugones, Roberto Pastorino, Luis Pico Estrada, Jorge Timossi.
[6] Voéase Wolf
[7] Véase Wolf.
[8] Véase Wolf.

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