De Cuba y otras hierbas

miércoles, 14 de enero de 2009

Escape y captura de la voz cimarrona en Miguel Barnet

“Escape y captura de la voz cimarrona en Miguel Barnet”
Autor: Lic. Miguel Leyva Ramos. Maestrando en Letras Hispánicas.
Facultad de Humanidades. UNMdP. mleyva@mdp.edu.ar
Exordio
La producción barnetiana despertó un verdadero interés como objeto de estudio literario desde su primera publicación en 1966. Miguel Barnet, un espléndido e innovador escritor cubano (1940), para decirlo de algún modo, es el novelista cubano más publicado, leído y estudiado dentro y fuera de Cuba, después de Alejo Carpentier1. Este etnólogo, periodista, crítico, teórico, novelista, ensayista, poeta y profundo estudioso de la cultura afrocubana ha conseguido, a través de su poética coloquial de un penetrante lirismo directo y con su voz desaliñada, retornar sobre las cosas reales del país, desde una mirada cubana, encontrando en los portadores de testimonios la voz que respondía a sus angustiadas preguntas de poeta: la voz de la gente sin historia... cuya historia se propuso escribir.
Pero antes de abordar este tema estimamos prudente narrar un poco la historia. A mediados de 1963 una pequeña nota del periódico El Mundo engendró la curiosidad del joven etnólogo. En el Hogar del Veterano residía un anciano de 104 años de edad que había sido esclavo, cimarrón, emancipado, liberto, mambí (combatiente de la guerra de independencia), ciudadano y pesepista (miembro del Partido Socialista Popular). A lo largo de tres años, trabajó casi a diario entrevistando al anciano. Resultado de estos encuentros fue Biografía de un cimarrón (1966) libro que ubicó inmediatamente a su autor en el centro de la crítica internacional. Nacía la novela-testimonio.
Sobre dos corrientes vitales se sustentó este primer relato: su poesía primigenia y sus inicios como etnólogo. “Sabemos que poner a hablar a un informante es, en cierta medida, hacer literatura”, asentaba Barnet en la Introducción de esta obra. Al respecto, Carpentier subrayaba: “...monólogo que escapa a todo mecanismo de creación literaria y, sin embargo, se inscribe en la literatura en virtud de sus proyecciones poéticas”2
Con la década de los sesenta, y particularmente con la Revolución Cubana, nacían también nuevas nociones de ordenamiento social, y no solamente “una nueva noción de literatura”, como refiriera Carlos Rincón, sino una nueva visión de la cultura, de la historiografía y de la estética. Este es un momento histórico para Barnet y su pueblo, desde allí arranca su proyecto novelesco-testimonial.
La gente sin historia
La denominada narrativa testimonial es una de las variantes más frecuentadas en el repertorio de la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Interesada por el rescate de la voz de sujetos de extracción popular, su proliferación no sucede de modo repentino ni es la consecuencia de factores circunscriptos de modo excluyente al campo literario.
La crítica coincide en señalar que abonaron el terreno propicio para su emergencia procesos de carácter diverso, entre los cuales ocupa un lugar primordial la repercusión que tuvieron sobre el discurso literario los ensayos históricos y antropológicos que por los años 50 y recién iniciada la década del 60 centraron su atención en los sectores marginados de la sociedad. En efecto, la visibilidad que comienzan a adquirir esos sectores y su conversión en objeto de análisis desde perspectivas que buscan nuevas formas de aproximación y explicación de las estructuras sociales a través del privilegio de lo cualitativo sobre lo cuantitativo y la metodología de la historia oral y de la biografía, serán decisivas en la producción de “historias de vida” construidas a partir del testimonio de sujetos subalternos, tales como Juan Pérez Jolote. Biografía de un tzotzil (1952) del mexicano Ricardo Pozas y Los hijos de Sánchez. Autobiografía de una familia mexicana (1961) y La vida (1965) de Oscar Lewis.
Por otra parte, y en relación con la práctica de la narrativa testimonial a partir de los años 60, se ha apuntado la incidencia de los movimientos de liberación inaugurados por la Revolución Cubana en el proceso que posibilita el acceso a la expresión de estratos sociales relegados y la reestructuración de los mecanismos de producción, circulación y consumo de bienes materiales y simbólicos derivada de los avances tecnológicos, dinámica que alcanza franjas cada vez más amplias de la sociedad y desencadena, entre otros fenómenos, el entrecruzamiento de la “alta cultura” y la “cultura popular” y la inserción de “lo popular” en “lo masivo”.
Más allá de las particularidades distintivas de las diversas modulaciones que podemos reconocer en el corpus expandido y heterogéneo de la narrativa testimonial, es factible sistematizar una serie de denominadores comunes que las emparientan, dotándola de un estatuto propio.
Comprometido con la dimensión pragmática de los textos que la constituyen, se activa en ella el interés por centrar la mirada en zonas de la experiencia política, social y cultural poco exploradas, a veces, u omitidas deliberadamente, otras, en los discursos culturales hegemónicos. Tal interés, sin embargo, no se restringe a ampliar el ángulo de la mirada para reponer con fines estéticos universos visitados de soslayo o ausentes en la tradición. Al valerse del testimonio oral de vida de sujetos procedentes de esos universos, transformándolo en fuente primaria de la narrativización, en documento probatorio de situaciones y procesos históricos de alcances colectivos, persigue impactar sobre otros frentes. Afirmándose en su aspiración desocultadora y restitutiva, canaliza la denuncia de injusticias, la impugnación del orden establecido, el reclamo por derechos negados, la reivindicación del ideario de las luchas populares, la recuperación de versiones disidentes de la historia oficial, y la validación de memorias excluidas. En otros términos: pugna por intervenir en el horizonte político e ideológico y en el del saber institucionalizado, y lo hace aun valiéndose de los cánones y valores estéticos establecidos para proponer un repertorio alterno de figuras, decires y contenidos. Un repertorio donde la palabra de quienes protagonizaron o fueron testigos de los hechos narrados, se materializa en la escritura a través de procedimientos que regulan el plano composicional de los textos, determinando tanto sus principios de construcción como sus líneas de sentido más firmes y constantes.
A grandes rasgos, podemos apuntar que el pacto de fidelidad que establecen con el testimoniante y su pertenencia a campos disciplinarios diversos, orientan la elección de los modos a partir de los cuales los autores intentan capturar la “evanescencia” (Ong) de la oralidad para fijarla en el registro escrito al tiempo que afianzan la naturaleza fronteriza de la narrativa que nos ocupa. En efecto, su carácter liminal, tan subrayado por la crítica, que evade restricciones genéricas habilitando la coexistencia, la mixtura o la permeabilidad de la entrevista, la confesión, el ensayo, la biografía, las memorias y la imaginación, descansa, en gran parte, en la productividad de los préstamos interdisciplinarios. Desde la apelación a métodos, licencias y formas discursivas propias de campos de conocimientos adyacentes, historiadores, antropólogos, periodistas y escritores profesionales, trazan los derroteros capaces de conducir hacia el objetivo que persiguen.
Sin embargo, la inscripción del testimonio oral en la escritura, sabemos, dista de realizarse de manera aséptica. Tan variados son los derroteros abiertos para cumplir con aquel propósito como las operaciones implicadas en su realización. Es que no se trata de la trasposición mimética sino del proceso de pasaje de un registro a otro, de un traslado en cuyo curso la fuente original es sometida a mediaciones de variado calibre, ideológicas y formales, que resultan decisivas en la organización de los textos, articulando la significación de los planos y aspectos más sobresalientes y determinando la funcionalidad de sus elementos constitutivos. Entre otros: la figuración y roles de los sujetos (autor/testimoniante), la exposición o el borramiento de las instancias de producción, recolección y reescritura del testimonio, la subjetividad-objetividad (del autor/editor y del testimoniante/personaje), la reposición de las huellas de oralidad, los grados de distancia cultural entre el autor y el mundo representado, la estilización y el criterio de verdad esgrimido.
Sin duda incompleta porque no abraza las variadísimas formalizaciones que adopta la narrativa testimonial, la serie de características reseñadas, creemos, puede constituir un punto de partida fértil para ingresar en el texto axial. No sólo porque desde ella será posible enmarcarlo y proponer líneas de enlace con otros textos sino porque en ella se condensan -explícita o veladamente- categorías y presupuestos epistemológicos relacionados con las díadas oralidad / escritura, realidad / ficción, historia / imaginación, mimesis / poiesis, que nuestro texto problematiza, estimulando y orientando, en gran medida, la discusión teórica y metodológica acerca de las propiedades y funciones del género hasta nuestros días.
II. La voz cimarrona
Como hemos formulado con anterioridad Biografía de un cimarrón -publicado por Letras Cubanas en 1966-, se inserta en la literatura isleña recogiendo varios legados. Por una parte, el de la vertiente memorialista y el de base documental del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, constituido por relatos de vida, en un caso, y registros de la lucha revolucionaria, en otro3. Por otra, entronca con la serie literaria de temática afrocubana, tanto con la novela de inflexión antiesclavista4 como con las producciones que, en el marco de la vanguardia de las primeras décadas del siglo XX, hunden sus raíces en el mundo negro para cristalizarlo en la poesía5.
Por último, el texto se nutre de los trabajos antropológicos de Fernando Ortiz, tensados entre la perspectiva positivista y lombrosiana de los estudios etnográficos de los primeros años del siglo XX y las investigaciones posteriores que, inclinándose hacia una lectura histórica más amplia, se encaminan decididamente hacia la exploración de los componentes modeladores de la “cubanidad”. Ejercicio que alcanza su punto de realización más acabado en Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (1940), cuya trama discursiva puede leerse como ensayo de interpretación nacional.
Si, como lo señalamos al comenzar, la aparición del testimonio en América Latina en la década del 50 responde, entre otros factores, a la activación de fuerzas sociales de sectores subalternos y al interés de la historia y la antropología por restituir actores sociales procedentes de esos sectores a través de la validación de sus voces hasta entonces relegadas, podríamos preguntarnos, ¿cuáles fueron las condiciones que hicieron posible su emergencia en la isla? ¿Cuál o cuáles las funciones que le fueron asignadas? ¿Qué voces rescata y con qué propósito?
Para responder estos interrogantes se hace necesario suspendernos en la reposición del contexto inmediato anterior al 59 y en el de las transformaciones operadas en el campo de la cultura a partir de la institución del gobierno revolucionario y a lo largo de los años sesenta. La utopía de la fundación de un nuevo orden cimentada en el corte del 59, que redefine los modos de concebir el tiempo histórico y los contenidos del imaginario nacional; la reformulación de los vínculos entre poder y cultura; el desdibujamiento de la esfera pública y la refuncionalización de los discursos sociales en la lógica estatal, y los requerimientos éticos al intelectual, modeladores de su voz, de su colocación y sus deberes en la dinámica de reorganización del país y de formación de un hombre nuevo, son algunos de los pliegues del proceso de institucionalización de la política cultural revolucionaria.
Por lo pronto, se impone señalar que en el marco de la temporalidad y el imaginario revolucionario, el telos histórico de la nación y el ethos de la cubanidad se afincan en el presente para investirse de contenidos inaugurales, donde el problema de la heterogeneidad constitutiva de la identidad isleña se reactiva y el pasado lejos está de ser una materia inerte. Si en una dirección, la hendidura del 59 puede leerse como un umbral que mira hacia el futuro, orientando las políticas tendientes a unificar el país, a través del fortalecimiento de la conciencia de un modo de ser colectivo y de la formación de generaciones capaces de cumplir con los designios de la nación, en otra dirección mira hacia el pasado o se detiene en el presente, habilitando la reposición de tradiciones de pensamiento y de lucha y la legitimación de signos y sujetos representativos de la identidad cubana.
La urgencia por documentar la especificidad de ese momento inaugural encuentra en el testimonio una de sus formas discursivas más transitadas. Y entre las voces, figuras y experiencias que acceden a la expresión, sin lugar a dudas ocupa un sitio de privilegio el relato de vida de Esteban Montejo, que recobra en la escritura Miguel Barnet, dándole voz al negro y actualizando a través de él la construcción de ese sujeto en la tradición y su lugar conflictivo en la historia cubana. Transitar Biografía...6, atendiendo los aspectos más significativos de su materialidad y dimensión pragmática, hace posible el análisis del entramado discursivo, prestando especial atención a las transformaciones del texto oral en texto escrito y a las tensiones entre oralidad y escritura y entre el autor-antropólogo y el que ofrece el testimonio; la figuración del testimoniante, las mediaciones y modulaciones de su voz; la cuestión de los legados asumidos o solapados; la inserción en el campo cultural revolucionario; el posicionamiento de Miguel Barnet intelectual; la historia cubana recobrada desde la vida centenaria de Esteban Montejo; las filiaciones del imaginario independentista; la construcción simbólica de la identidad cubana y las imágenes de la patria.


1 No pasamos por alto la enorme importancia y trascendencia de las obras de novelistas cubanos como Reynaldo Arenas, Severo Sarduy, Guillermo Cabrera Infante, Antonio Benítez Rojo y del genial José Lezama Lima. Somos conscientes, también, que el hecho de que Barnet haya adscrito al proceso revolucionario y permanezca fiel al mismo le ha producido igual cantidad de prosélitos como detractores. No obstante, opinamos que las obras de este particular escritor y crítico cubano, deberían ser leídas con atención y sistematicidad por su espíritu renovador y sus enormes cargas didáctica.
2 La cita corresponde a una reseña publicada por Alejo Carpentier, con motivo de la primera publicación de Biografía de un Cimarrón, en la Revista Bohemia, La Habana, 1966.
3 Corpus donde resuenan, en la primera dirección apuntada, nombres tales como Mis primeros doce años (1831) de la Condesa de Merlin, Autobiografía (1840), de Juan Francisco Manzano, Memorias de Lola María (1928-1929) de Dolores María Ximeno, La vida tal cual (1961) de Virgilio Piñera, y Memorias de una cubanita que nació con el siglo (1963) de Renée Méndez Capote. En la segunda, A pie y descalzo de Trinidad a Cuba (1890) y A caballo y montado (1912) de Ramón Roa, Episodios de la revolución cubana (1890), Cuba, Crónicas de la guerra, La campaña de invasión y La campaña de occidente [1895-1896] (1909) de José Miró Argenter, De Cabo Haitiano a Dos Ríos de José Martí (editado en 1941), y Memorias de la guerra revolucionaria cubana (1959) de Ernesto Guevara.
4 Representada, entre otros, por El negro Francisco (1873) de Ramón Zambrana, Francisco. Novela cubana. [Las escenas pasan antes de 1838] (1880) de Anselmo Suárez y Romero y Cecilia Valdés o La Loma del Ángel (1882) de Cirilo Villaverde.
5 Puede advertirse en los textos de Emilio Ballagas, Nicolás Guillén y José Zacarías Tallet o en la narrativa de Alejo Carpentier.
6 Encuadrándonos en las corrientes de los Estudios Culturales y en la reflexión teórica, metodológica y crítica latinoamericana interesadas en el examen de la modelización de la subalternidad y la inscripción de la oralidad en la literatura (Beverly, Ramos, Moraña, Cornejo Polar, Lienhard, Pacheco, entre otros).

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