De Cuba y otras hierbas

sábado, 31 de mayo de 2008

La redención de las mareas




















Escarba la arena con su pequeño pie al tiempo que azarosa descubre caracoles, muelas, caparazones de cangrejos y con extraña suerte alguna que otra botella de recalo. Se adorna el pelo con un ramillete de sargazos tornasolados. Danza tratando de aferrarse a la maldición de las cerrazones y el flujo de mareas que definitivamente la trastornan. Se siente isla, entre el ir y venir de pájaros rasantes, el jugueteo de las corrientes y la sal implicándolo todo.

Muchas veces entre dormido me pregunto ¿de dónde emergerán los mitos como ella, en estas islas? ¿Será de los murmullos de animales heridos, de los suspiros de piratas, de los naufragios, del llanto del manatí, de las luminiscentes noctilucas? O acaso de los atardeceres, donde la piel oscurece y la boca reseca se silencia para escuchar crujir al sol. ¡Qué destino el de los tienen como horizonte el mar! Más allá, siempre hay algo que te espera. Por eso los fantasmas se esfuman de las islas. Las malas lenguas especulan como las corrientes los arrastran en una dirección. Otros juiciosamente consideran que lo que les paraliza es el miedo insondable a la desilusión. Y de eso culpan a las mareas los fantasmas, tan volubles y errantes. Entendible destino de los que apuestan a lo desconocido, percibiendo que el mar domina todo. Diluyendo lo propio, convirtiendo lo tangible en utopía.

¡Pero le zumba el mango! Que persistente es la memoria. Con tanta agua de por medio y los sensuales movimientos quedan pegaditos, bien ceñidos al cuerpo y en cuanto suena un pandero en lo de los Clerk, se ilumina toda la Joya del Castillo, y un suspiro de aguardiente compromete la noche de Ponce, lenocinio y mala reputación sosteniendo al Calipso que se mezcla en las manos callosas de los tocadores de bomba, “los bomberos”. Allí está Julio Mora “la perla” y el cocherito Stanley y Joselino Vargas y todo el puterío, y Elena Sánchez, con sus noches a cuesta y miles de hombres tatuados en el cuerpo.

Vamo a ve, vamo a ve, gritaban los muchachos: ¡Que salga la Elenita! Esa puta sí que se mueve bien. No hay quien baile la plena así. Ya tú sabe, saoco puro mi ambia. No me hagas hablar, que se me eriza hasta la cocorotina. Esa mulata se la hacía parar hasta el mismísimo Santo. Siempre soñé que se me venía encima, se subía la falda y se entregaba en una cabalgata infernal y yo que podía hacer, soñar no más. Que soñar es lo más hermoso y barato que tenemos los pobres. Ahora ya soy un viejo y tuve que dejar las andanzas, pero durante mucho tiempo, a cada negrita que me sacudía, le tapaba la cara y me la imaginaba a la Elenita. Qué puta, qué mujer. Bah... pa’ lo que queda en el Convento, mejor me cago adentro. Como me dice Etelvina, mi entená:

-Usted siempre en las mismas, alterándose y después con la presión por las nubes.

-Y yo pienso que por lo menos algo tengo bien arriba. No, si cuando yo lo digo, las cosas nunca vienen solas. Si ya no sirvo ni pa’ sacar putas a mear. Ah, se me había olvidado. Ves que no ando nada bien. Te estaba contando de Elenita ¡Qué mujer!

Pero como no la iban a cortar, si era un verdadero remolino. Era una bola de humo, una carretillera. Fue en un baile de plena, en la Avenida Hostos, vía Ponce, hacia el sector de la playa. Fue cosas de putas; pelearon por Bumbum Oppenheimer, arador de hacienda, animador de fiestas. La puta le gritaba, te voy a desfigurá salá. No te va a reconocer ni tu madre. Y tú puedes creer que se veía más bonita y le daba un aire entre sórdido y erótico. No la vi nunca más, dicen que murió de vieja. Virgen, aunque nadie lo crea, y que bien entrada en años, mantenía su frescura y esos movimientos de caderas que revivían hasta los muertos. Tuvo suerte, si una plena le dedicaron y todo. Todavía de vez en cuando la pasan por la radio:

Cortaron a Elena,
cortaron a Elena,
cortaron a Elena
y se la llevaron al hospital.
Su madre lloraba,
cómo no iba a llorar
si era su hijita querida
y se la llevaron al hospital.

De Bumbum, rey de la plena, jodedor nato. ¿Qué te puedo contar? Fue acuchillado en un baile, asunto de faldas, y murió al poco tiempo, en el Patio San Antón allá por el año 29.

¿Qué si pienso volver a la isla? No, ya es muy tarde. Y la cabeza no me da pa’ reflexiones mijito, y las orillas se me confunden, y no sé en cuál estar.

Y es lo que yo digo. Por algo Dios hizo la tierra y las aguas y las estrellas... Separarlas me parece que le dio buen resultado. Pero no me hagas caso. De qué te estaba hablando: La, la, la, ra, ra... ¡Qué tiempos aquellos!

Cortaron a Elena,
cortaron a Elena,
cortaron a Elena
y se la llevaron al hospital...

La, la, la, ra, ra... Hum...

Al atardecer de una orilla cualquiera, de quién sabe qué lugar, una curiosa ola ronronea, en espiral cortado; los vientos alisios acarrean la pleamar. Es romance y pasión, atracción fatal entre los complementos. A veces, solo a veces pienso si Elena no habrá sido espejismo de cuarto creciente o el resultado del cruce de corrientes. Una silueta con nombre de mujer, surgida de la sangre de un tiburón herido o remanente violento de la lucha del hombre. Reseca de la playa, que percibe en cada ocaso cómo se le ensanchan los senos, las caderas y se deja cercar por el delirio, y se entrega plena a la primera ola, que le arrulla lentamente los pies, luego la ciñe toda en húmeda caricia, la hace emerger desde lo más profundo y en un grito de fe la sujeta a otra orilla donde nadie a va poder tocarla. Y no vengan ahora a preguntar si tuve que pensarlo o si esto o aquello. Es el puñetero destino. Si Dios hubiese querido evitar estas cosas, no habría dos orillas y el horizonte fuera, toda tierra. Pero el mar con su impertinente sensualidad te lleva directico al horizonte, donde está lo mejor. Así de fácil los hombres nos partimos para siempre el corazón en dos. ¡Maldición, maldición, maldición! - repiten hasta el cansancio, ciegas voces de orillas. Más no hay regreso posible. Infelices, no se dan cuenta, acá también hay quienes lamentan sus miserias y padecen zozobras de mares. Destino del naufrago, que busca inútil, completamente confundido un lugar que solo existe en sueños.

A veces pienso en Elena, en su rostro ensangrentado y sus fluidos dispersos corriente abajo, regresando a un punto de partida irrecuperable, en el cual siempre estamos estáticos como árboles, atados a un único lugar, que el desarraigo se encarga de ponderar. Agridulce y quebrada en dos es la soledad de los que emigran. Son como parias, metáfora de una cortadura en plena cara. A veces pienso en lo que me pasa, pero solo a veces porque me parte el alma.

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