De Cuba y otras hierbas

sábado, 31 de mayo de 2008

La evocación del peregrino

I

Cuál es la consigna:
preguntó el principito al farolero,
el padre a la hija,
la madre a su cómplice
y él a su camarada.

Cada loco con su tema
masculló el extranjero,
mientras fijaba la mirada al infinito
revelando a media lengua la respuesta.
Dando una vuelta entera,
como en las rondas infantiles
haciendo reverencias.

Saltó en un pie,
quiso llegar al cielo.
Frente a tanta impotencia,
tanto cielo, tanta tierra, tantas consignas
suspiró lentamente, lanzó la primera piedra
y sin pisar las rayas, apoyó sus dos pies
marchándose confundido de silencio.

II

El extranjero cohabita con la dificultad
de una voz nueva.
Él, que navegó sin miedo al ala
por los siete mares y los tantos cielos
despojado de todo,
se sostuvo danzando alrededor del fuego
sin ningún ornamento,
tan sólo con sus huesos
remontando la llama.

No hay palabras
sólo música y gesto
no se cansa
no le cansa lo extraño
ni los tantos inviernos.

Siempre despierta, entre olores y sueños,
sin palabras
con el nombre de un ángel
tan mudo como él
con los oídos secos
implorando de espaldas una señal
que le permita revelar el regreso.

III

Cuando el gesto rutinario
se trueca en culto
cuando lo escondido
se transfigura en sagrado
el extraño busca su sombra.

Parado en la cornisa
imita libremente el aleteo de un pájaro
tan lejano y ajeno como él
como las manos mismas que agita.

Al centro: la memoria sola
Ambos, no temen al abismo

IV

De un inmenso valor
hoy ya traspapelado
entre algunas ausencias
se sostuvo unos años:
los primeros.

Luego, el después
mientras se desgarra con voz
inentendible
“¿qué importa del después?”
Y... las despedidas que no cesan,
la mirada mansa de quien se queda
fijado a un cristal,
que separa lo propio de lo ajeno
como si se pudiera retener el amor
como si las pupilas pudiesen
evitar la partida
Y... luego, el silencio
contemplación de la dócil verdad.

La clave esta en el salto.
una lágrima puede romper el hechizo
y la palabra espesa sobra,
las manos se separan, abruptamente,
allí donde otros en similar ritual
transitaran, una vez y otra vez,
la vaguedad de algún ofuscamiento

V

El peregrino hastiado de andar
no pudo dilucidar
si sus deseos del pasado
fueron deseos
o simplemente
memoria del futuro
que se hace presente

VI

Vive esperanzado
de recibir la contraseña.
Con un mismo paso,
atento, aguarda el momento
en que la altura del vuelo
lo separe de la tierra.

Más allá, el mar,
orillas opuestas
jugando a interpretar los espejismos.
Cantos de sirenas
exaltan las orillas,
donde inmensas mujeres
de enormes tetas verdes,
jugosas y lascivas,
revolean pañuelitos de colores.
El milagro duerme,
la realidad disfruta como si fuera sueño.

A lo lejos, un río inmenso
se hace pequeño
dibujando la tierra
mientras sigue en su lecho
siendo y no siendo
al mismo tiempo.

VII

Piezas indivisibles,
fracciones de un todo
asedian su cabeza.
El desterrado
añora la evocación,
la alegría,
mientras su imaginación se atasca
en profundos laberintos
que no pretende reconocer,
que no logra identificar.

El cuerpo reposa,
el alma huye
-prendida a algún recuerdo-
mientras explora la apariencia
cercanamente ajena del cuerpo.

Uno y otro, desde la diferencia,
se reconocen partes de la totalidad

VIII

Cuando se trasponen las ordenadas
emerge la mirada,
los demonios se suman,
los pájaros huyen alborotados.

Al atardecer, un haz de luz
retraído, como la primavera que comienza,
se concentra,
entre heladas y lloviznas,
dibujando la tristeza de un hombre
tan simple
como las sutiles líneas que la envuelven

IX

Nadie percibe con anticipación el desarraigo
cuando sucede, sobrevino.
Todos los flancos se redimen,
no se conoce el canto y se canta.
Única cuerda del instrumento único
cuando tiemblan los dedos,
grita el corazón
y la cabeza que parece estallar.

Una voz nueva emerge sin miedo:
su consonancia nos induce a bregar.

X

El dolor sana,
el silencio desesperado
da lugar a voces reconocidas
que emergen de los rostros cotidianos.

El trashumante deja de buscar
el fuego crece
y la sombra encantada retrocede
dejando lugar
al calor y la luz

XI

A Ayelén Casanovas

No percibió cuándo dispuso la urdimbre,
cuándo eligió las hebras para cada pasada,
cómo logró esa delicada red,
tan tenue y exquisita.
Espesa y delicada
de estampa difícil.

Nunca pudo enterarse
de dónde procedía
el color,
la palabra,
el perfume
y, por sobre todas las cosas,
su mirada.

XII

A mi vieja

El hombre errante
es el presente de lo eterno
guiado por la voz de la anciana milenaria
aquella con cara de luna
que alimenta pasiones.

La misma que hoy teje el ajuar
para su nacimiento a la muerte.

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