De Cuba y otras hierbas

sábado, 31 de mayo de 2008

De algo hay que morir












Todo comenzó con un retorcijón quién sabe dónde y los mil y un achaques. Pero lo verdaderamente preocupante era la insistente fetidez, ese olor insoportable, que en varias ocasiones me hizo insultar a los vecinos y revisar las cloacas del departamento hasta constatar lo irremediable: lo que me, te y les molestaba salía de mis entrañas. Aromas pútridos revoleteando mis humores, esencias mefíticas en contraste con las fragancias exquisitas y los olores agradables establecidos por las reglas de higiene y urbanidad. Deseaba cagarme en la mierda y no tener que soportar toda la pendejada de la neumática y el olfato y el aire. El aire, fluido fundamental conspirando en mi contra. Los suspiros me han convertido en un caldo espantoso, repletos de materiales fulminantes: vómitos secos y parduscos como tierra de pantano. Miasma silenciosa y ácida, que surge de un verdadero cuerpo en descomposición.

Según la Real y académica Encycclopaeidia Britannica: “Acabar con la confusión de las emanaciones, con las ‘vaguedades acerca de lo pútrido’ como dice Jacques Guillerme, a fin de acceder a la comprensión de los mecanismos de la infección...” Bla, bla, bla... Toda esa porquería devorando mi cuerpo y mi cabeza. Extraña incongruencia de quien sufre, mientras se pudre literalmente en vida y debe de explicarlo. Y ese maldito olor, persistente, recordando lo obvio.

Por eso, no es de extrañar que las primeras noticias fueran esperanzadoras. El quiste es maligno, había dicho el doctor, y crecía violentándolo todo, incluso la existencia que se escapa subrepticiamente entre humaredas y vapores acuosos que espantan las mismísimas mofetas.

Desde ese instante se me intimó a desistir de mi irónica actitud, alegándoseme que en caso contrario, sería víctima de mi desinteligencia, y ni el hospital ni el cuerpo médico se harían responsables de mi exceso de optimismo. De inmediato un consejero sugirió que cediera a la condición de moribundo y disfrutara de los grotescos placeres que otorga tan promisoria situación. Algo así como: disfruta ahora que tienes el mundo a tus pies, miradas de benevolencia, seres queridos confundidos por tus nauseabundas inmundicias que salpican, sacudiendo las bases de los muros y a las personas que los transitan.

Frente a esa intensidad olfativa y entorno excrementoso hasta los más perversos se rinden en lastimero ritual. Asqueados por pesados olores que lesionan el tacto, huyen despavoridos los más débiles, que de inmediato relacionan lo hediondo con la muerte y desacertadamente lo pútrido con el pecado. Ese es el momento ideal para pedir y hacer lo que nos pertenece por derecho propio y postergamos porque creemos en la inmortalidad. Atestiguar con la presencia del nauseabundo, el olor orgánico que legitima la muerte y el retorno a fiebres espirituales. Momento ideal para integrarse sin remordimientos a la inmensidad atmosférica, donde los hombres defecamos, escupimos, eyaculamos y evacuamos variados efluvios contaminantes. Ah, pero eso sí, se deben hacer en patética privacidad. Nadie imagina a la mujer seducida sentada, pujando atascada y sudorienta en el inodoro. Total, mientras eso se haga entre cuatro paredes y ella salga radiante, perfumada, con cara de yo no fui, negaremos la posibilidad de que semejante belleza sea capaz de provocar la obstrucción de cloacas con sus concentrados humores.

¿Pero quién disculpa a los moribundos y su olor? Nosotros los podridos, debemos andar por el mundo con el olor a cuestas, representando la defunción y ventilando los hedores privados a público conocimiento. Lo terrible es cómo nos retribuyen tan inevitable y anticipada franqueza. Representamos lo que tendrán que ser y ese espejo duele, y se sabe que el hombre y el dolor nunca han hecho buenas migas. Pero... son muchas cosas por aclarar, nos falta tiempo y lo de pedir prórroga no está en la ética de un verdadero desahuciado.

Compleja es la dialéctica y no explica la muerte ni los viejos temores que no tardan en confirmárseme. La piel reseca y agrietada me difumina y la impertinencia continúa cegándome los huesos. Soy una patógena presencia que ha perdido el monopolio de la infección, pero sigo siendo amenazador y lo que me consume prolifera complacido en mis fluidos. A veces pienso que todo está relacionado con mis vicios, la suciedad y sus dominios; otras prefiero pensar en el azar. Definitivamente, decido sucumbir a las tentaciones del final que arrastrarme pálidamente entre escombros. Después de todo, si las sombras son nuestras proyecciones y nos pertenece, algo quedará reflejado en un ocaso, llovizna fina seca de palabras. Entonces podré ser sepultado premonitoriamente, mientras a pura piel y hueso mi obscenidad saldrá a jugar en los regazos de otras almas.

Comienzo a imaginar a los que rezan de noche, al Espíritu Santo recostado sobre un montón de cenizas, sin dolor, atento a las súplicas varias. Como si todo fuera tan fácil, como si los reclamos fueran importantes en materia de ángeles. Esos seres caídos, sudorosos, intrépidos, ociosos, malolientes, estresados, estúpidos, lascivos, tendenciosos, voladores ingenuos. Curioseo acerca de la saliva que se gasta de noche con tanto parloteo. Me pregunto si la misma podría lubricarle la codicia a seres asexuados con dolor en los huevos por falta de fornicio. Como si tanta injuria, la de todos los días, pudiese perdonarse. “Perdón”, que palabra jodida e infalible, que nos traspasa el alma con groseras puntadas.

La clemencia es asunto de vivos. Bueno sería que buscáramos indulgencia en los difuntos. Bueno sería... que nos dejen en paz. Y nótese que, por primera vez, Yo, el desahuciado, acepto mi destino.

Sigo despierto y eso es lo que me duele mientras un grupo de huesudos inescrupulosos deambula sobre mi existencia.

-Eh, oiga usted. Sí, sí, usted mismo.

-Ya sé que es un cadáver. Y qué tiene que ver. Al fin y al cabo usted también tiene su almita.

-¿Qué?

-No... no puede ser, que tuvo que venderla. Así que con esas tenemos. Entonces lo de la vida eterna y el paraíso también es un negocio.

-Bueh..., No importa, miéntame, total una mancha más al tigre.

-Pudiera tener un poco de misericordia conmigo.

-¡Por favor!

-No se da cuenta de que sufro.

-Que no le importa.

-Usted definitivamente no tiene perdón de Dios.

-Ah... tiene usted razón, olvidaba lo de la venta, perdone usted.

-¡Que cínico! Claro que no me contradigo compadre, lo que sucede es que digamos, usted no es exactamente un cadáver convencional.

-Que no, hombre, que no le estoy sicoanalizando, que los terapeutas me dan por los mismísimos cojones.

-A sí, sí, sí, mucha espiritualidad pero a la hora de los mameyes, los difuntos te las mandan a tomar por el culo y no te dan el frente. Que lo de pedir es pura pendejada. En fin, los vivos seguimos siendo peligrosos, mientras esas mortajas vendealmas anidan en las palabras de un Cristo que traicionan, entre otras boberías. Muchas veces la vida te obliga a cambiar el escenario a cachetazos.

-Y tu qué crees, que no reniego. Pues sí. Por eso en Semana Santa me da mucho coraje ver como se lo van gastando todo, a pura máquina y en nombre del Señor, Amén. Que me escupan cien veces, si los llenos tiene acceso al Reino de los Cielos. ¿No es que los últimos serán los primeros?

Doy vuelta a la cara y allí sigue el cadáver, matándose de risa. Entretanto el alma de un alto ejecutivo le tira una limosna al nauseabundo.

El cuarto, mi cuarto, el que fue nuestro cuarto, está en aparente silencio. Es lo que llamo ensayo general sin público, adaptación a la mortaja. Ahora que me abandonaron porque no podían soportar tanta congoja y también creo en parte, porque no llené sus expectativas en cuanto al rol trágico que me habían asignado. Muchos deben haber pensado... encima que se muere, tenemos que soportar su mortífero y agonizante humor negro. Qué cabrona costumbre la de colorear actitudes. Me dan ganas de gritar: los grises muchachos, los grises. Pero temo que se confundan y lo tomen como acto de redención y supongan que me refiero al riguroso y demodé medio luto del mundo puto.

Durante el relato un espiral de humo se escapa y arrastra, adhiriéndose a mi barbilla al mismo tiempo que advierte su elixir que mata. Tan hipócrita como los pulmones y el cerebro, como las advertencias sobre el daño que provoca fumar a la salud. Y se justifican, entretanto refunfuñan: ¡Nadie puede morir por placer!. Jodido es el enfisema, el infarto, la obesidad y eso qué carajo tiene que ver conmigo y el tabaco.

Esos naturistas de mierda, metiendo cizaña donde pueden. Resulta que ya no se puede comer bien, atracarse como en los buenos tiempos. No, si es lo que yo digo, si hasta la mamancia está prohibida. Ahora resulta peligrosa. Lo último que hice fue colocarme un condón en plena lengua, y mamé hasta que se me cortó la circulación en la sin hueso. Con lo rico que es un buen sesenta y nueve. En mi niñez solíamos preguntarle a las jevitas sabrosonas.

-¿Quieren hacer un trato?

Ellas pizpiretas preguntaban: - ¿Qué trato es ése?

Y nosotros guasonamente contestábamos: El trato del esqueleto,... tu me la mamas, yo te la meto.

Pero ahora ni siquiera ese trato se puede realizar, es por lo del SIDA vio.

La culpa la tienen esos inútiles e inescrupulosos esqueletos, que se acuestan con la muerte y ella les trasmite las mil y una pestes. ¡Esqueletos de porquería! Que ni siquiera soportan una maldición. Sería una ironía desearles que se pudran, cuando lo hacen por pura voluntad.

No es que pretenda un trato generoso, ni es que tenga nada personal con la pelona. Lo que sucede es que la soga siempre se corta por el la’o más débil, y los muertos ya no son como antes. Si hasta patriotas eran los cabrones, o es que acaso no recuerdan los siguientes versos:

Si desecha en menudos pedazos
Llega a ser mi bandera algún día,
Nuestros muertos alzando los brazos,
La sabrán defender todavía.

Já... muertos eran los de antes. La sorpresa que se llevaría Byrne. Intenten levantar a uno de los muertos de ahora por alguna emergencia. Ni modo.

Es cierto que la gente cumple menos, frecuentamos poco nuestros cementerios. Pero ciertamente con la televisión y la Internet, no queda casi tiempo. Y la abuela se retuerce de envidia al enterarse del orgasmo femenino, la masturbación, el sexo grupal, las relaciones prematrimoniales, y otras tantas fantasías, que de habérselas contado a su marido la hubieran hecho puta. Y ahora que está libre de carne y de prejuicios, la naturaleza le vuelve a jugar una mala pasada. Las uñas que crecen sin parar no la dejan manosearse la pelvis. Y la familia que viene cuando le parece, con la cantaleta de cambiar las flores, cortar la hierba y la mar en coche, y a nadie se le ocurre dejar un maldito cortaúñas.

Y es que las tradiciones hacen tanto daño como la muerte y la abuela al igual que nosotros, está presa por las dos, quién sabe desde hace cuánto tiempo.

1 comentario:

Didi dijo...

Debo reconocer que este es un comentario por anticipado.

Como todo lo que hacemos en la vida nos atraviesan los "jucios previos" y suponemos bueno o malo algo sin conocerlo, en este caso intuiyo que tus textos son dignos de ser leídos y no creo errar en mi "pre-juicio".

Me alegra el haberte encontrado en la Red, y que valga la desprolijidad de este comentario previo a la lectura.

Comenzadas estas extrañas vacaciones de invierno donde muchos lejos de alejarnos de nuestras ocupaciones sumamos aún más, y a pesar de eso, prometo leer detenidamente tus escritos y hacer los comentarios posteriores en su debido momento.

¡¡¡ MUCHAS GRACIAS !!!

Didi Cazeres

Fotos de familia